lunes, 21 de diciembre de 2009

Parque Thays

Arraigada a la riqueza de la tierra, inmóvil de cabo, la palmera agita sus melenas. Sopla un viento de primavera. La palmera está allí, como en el invierno, como siempre.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El obispo del pueblo de la muerte

José Luis Ponce de León es un obispo argentino que peregrina por la Sudáfrica recóndita desde 1994, cuando la aciaga política de segregación se extinguía en un país que aún encarna de manera asombrosa las ambigüedades del apartheid. Ponce de León fue testigo de los primeros pasos del gobierno democrático de Mandela y de la reconversión de una nación. Hace apenas unos meses, este porteño de 48 años nacido en la Paternal fue nombrado por el papa Benedicto XVI como obispo titular de Maturba y Vicario apostólico de Ingwavuma, ubicado en el Este del país, entre llanuras y cumbres, en la frontera con Mozambique y Swazilandia.

Ingwavuma es un territorio precario, rural, sin agua potable y con grandes huertas comunitarias. Es un sitio donde la pandemia del HIV camina con pies de plomo, y la ayuda humanitaria y religiosa es un brazo solidario que intenta socorrer a una población de 618 mil habitantes, de los cuales “un 40 por ciento o más” contrae el virus del Sida.

Da la sensación que Ingwavuma es un punto oscuro que hace equilibrio en el mapa. Sin embargo, el espíritu solidario hizo del territorio un foco comunitario, en donde convergen culturas, religiones e idiomas con un propósito desinteresado: ayudar. Así como el músico mexicano Carlos Santana grabó el documental “Road to Ingwavuma” con fines benéficos, aquí hay cientos de héroes anónimos que echan raíces con el afán de modificar parte de la historia.

El obispo Ponce de León es uno de ellos. También los son las decenas de voluntarios que siguen a diario la evolución de los enfermos de HIV. Pero la esperanza se puede estrellar con la sinrazón del mundo contemporáneo: apenas 1400 personas de 247 mil alcanzan a recibir el medicamento diario. La estadística es fría e irrefutable. “Por el Sida se pierde una generación. Una generación entera”. La voz trémula de Ponce de León se apaga entre la distancia y la pena. Desea hablar acerca de Ingwavuma y su Mundial, que tal vez no se trate del mismo que comenzará en junio de 2010 en suelo sudafricano de la mano de la industria millonaria del fútbol. Ponce de León se guarda su relato. Tal vez lo pueda expresar en un próximo encuentro. Quizás.

viernes, 9 de octubre de 2009

La libertad, bajo amenaza


Sabuesos fiscales hurgan en el sitio equivocado ante la orden autoritaria de un gobierno maquillado de progresismo. Desde el frío patagónico, entre muros de cristal, baja una nueva petición con una fuerte carga de extorsión. Bajo amenaza, una mayoría ficticia de legisladores instrumenta un método para apagar una voz democrática y plural, hasta ahora encendida y escuchada en algunos medios de comunicación.

Provincias con respiración financiera asistida son el epítome de un país de roles cambiados, con un gobierno que se jacta de anuncios rimbombantes que luego quedan en letra muerta. Eso es traición. Engaño. Como los acuerdos misteriosos de Colombi y los Kirchner por sumar un voto en el Senado, o la simpática amistad que une a Alperovich y a Bussi, que fue capaz de torcer la decisión de un legislador de lealtades frágiles y consignas oxidadas. Esto es política.

Un vaho peligroso se levanta en la Argentina. No se trata únicamente del sucumbir del poderoso Grupo Clarín. La libertad de prensa bajo amenaza será un lamento para todos. Decía el grandioso Martin Luther King: “Nuestras vidas empiezan a terminar el día que callamos las cosas que importan”. Que esto no suceda.

martes, 6 de octubre de 2009

Atardecer en el puerto de Olivos

Una pila de diarios amontonados en la mesa del bar advertían de un país gobernado por la furia y el descontrol. Desde el puerto de Olivos se observa un solitario sol poniente y el caos manifestado apenas se distingue en esas letras muertas volcadas en la prensa. Tal vez se trate de una sensación fugitiva, de un parecer casi instantáneo.
Levanto la mano y le pido al mozo un café. Mi pensamiento es eco, olvido y se extingue en la nada. Llega el café espumoso, con una gota blanca de leche. Le echo dos cucharadas de azúcar y lo revuelvo. Se revuelve mi nostalgia.
Bebo un sorbo, despacio, y mi mirada traza un recorrido perfecto por sobre el espigón. Mis ojos se posan en el Río de la Plata. Flotan sobre ese cristal viviente que guarda maravillas y secretos. Creo haberla visto. Dejo el café a medio tomar y la curiosidad me eyecta de la silla. Corro desesperado por el espigón atraído por mi mirada. Corro, ansioso.
Me sumerjo entusiasmado en el río y a brazadas limpias logro mantenerme en la superficie. Naufrago en un desconcierto, extraviado, hasta que encuentro mi par de ojos. Detrás de esa mirada perdida, maquillada de un verde ámbar, se refleja su silueta, casi perfecta. Es ella. Sos vos, que nunca te has ido.

jueves, 1 de octubre de 2009

Políticas oxidadas bajo un sol de primavera


En el día que llegó la primavera, la presentación del libro póstumo del historiador José Ignacio García Hamilton sobre la vida de Juan Domingo Perón dejó de manifiesto que la voz democrática es plural. Aunque en la cálida tarde en el anfiteatro de la Cámara de Diputados, sitio elegido por los familiares para el lanzamiento editorial, hubo dos episodios puntuales que reflejan una manera oxidada de hacer política en la Argentina.
Hombre de una sabiduría enciclopédica, perseverante e inquieto, García Hamilton asumió su banca de diputado nacional por Tucumán tras despojar al alperovichismo de una mayoría absoluta. Pese a la diferencia de color político, el día de la presentación de “Juan Domingo”, despertó la atención la ausencia de ocho de los nueve diputados que representan a la provincia. Solamente Norah Castaldo, reemplazante de García Hamilton, asistió al acto en el subsuelo de la Cámara, en la esquina de Rivadavia y Riobamba. ¿Acaso Germán Alfaro, Stella Maris Córdoba, Alfredo Dato, Beatriz Rojkés, Susana Díaz, Alberto Herrera, Juan Salim y Gerónimo Vargas Aignasse son ajenos a las distinciones que se hicieron a metros de sus despachos sobre un colega tucumano, gran escritor y cultor de la transparencia?
El episodio restante es una herida antigua que aún no cerró. La presentación de “Juan Domingo” fue a sala completa, en su mayoría, familiares, amigos y un marcado gen antiperonista. Desde el público reaccionaron contra los Kirchner y se avivaron recuerdos sobre la feroz dictadura militar de los 70. Pero Mariano Grondona y Marcos Aguinis, invitados especiales de la tarde, ilustraron con dos anécdotas el pensamiento de la sala sobre Perón.
Grondona: “El peronismo es un radio que gira en torno a una figura carismática. Puede reunir a Marxistas y Trotskistas”.
Aguinis: “La ceguera de Borges se había acentuado. Pidió ayuda a un hombre para cruzar la avenida 9 de Julio. Al paso, el escritor susurró pestes sobre Perón. Molesto, el hombre que lo ayudaba le soltó el brazo y Borges quedó nublado en medio de la avenida. Aunque alcanzó a gritar: ´Amigo, no me suelte. Yo soy tan ciego como usted”.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Un infierno devorador


La desesperación deja su huella, eterna e imborrable. El crujido sordo de las uñas traza sobre el muro tiznado un recorrido de angustia en medio de un infierno devorador.
Llamas escarchadas de terror se avivan en este sitio en penumbras, gris y misterioso. Una montaña de zapatillas sin pies deja en evidencia deseos imposibles y esperanzas absurdas.
Un rayo de luz ingresa con sigilo por una hendija y permite observar como la vida se achica en un tenebroso declive. Caen 194 personas. Mueren. Jamás se olvidará.
Foto: Fernando Massobrio

San Miguel de Tucumán, agosto de 1976

Por María Teresa Sarrulle

Los vasos de whisky han quedado sobre la mesa ratona del living. Hay olor a tabaco fuerte. Noche de invierno.
Al día siguiente, la mucama abre las ventanas y el aire frío penetra furtivo llevándose las conversaciones cómplices y las risas secretas; los vasos testigos esperan su turno. Las manos de la mucama, siegan toda huella de intriga o maniobra. Cómplices, los vasos vuelven derechito a sus lugares en la vitrina en un reservado silencio.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Encuentros


I


- En estos años de terapia, doctor, no percibo un avance. No lo noto. Tengo relámpagos de lucidez, algunos recuerdos fugitivos, pero nada más. Le juro que nada más. Eso sí, extraño a mi hermano Ricardo. Lo extraño como a nadie. ¿Sabe usted que nos criamos los dos solos entre las barricas del puerto? Los dos solos, doctor.
- Sí, me lo ha comentado en más de una oportunidad durante este largo tiempo de charlas. Tengamos en cuenta esta imagen. ¿Qué más podría ampliar?
- Será la infancia. El haber crecido subido a un barco, con Ricardo, el cielo y el océano. Navegamos por años. Prácticamente vivíamos acunados entre olas y silencios. Bajo lunas y soles. Felices. Eramos muy felices, doctor.
- Claro, lo comprendo. Es importante, ese fue su hogar, según sus relatos. Ya lo hemos repasado en otros encuentros. Y, ¿qué hay de sus padres? ¿Qué recuerda?
- Es poco lo que puedo saber. Más ahora, después de tantos años y creer haber perdido la memoria. Eramos muy niños cuando nos dejaron en la puerta del conservatorio Miguel Cané. No hay nada más, doctor. Hasta que una noche huimos con temor hacia el puerto. Allí crecimos con Ricardo. Sentimos el inefable placer de volver a nacer. Yo tenía siete años. Al recuerdo lo guardo como una nostalgia optimista. Sentía que se me habían abierto las puertas de un mundo mágico, no sé…es como si los sentimientos se hubieran barajado de nuevo, como volver a empezar desde el principio. Fue así, realmente, doctor.
- Lo comprendo. Su hermano era dos años mayor, ¿usted cómo lo sentía? ¿Confiaba en el?
- Eramos hermanos. Somos hermanos, doctor. Amigos, también. Inseparables, compinches de toda la vida. No sé. Ahora también lo somos.
- Usted dijo en otros encuentros que en el accidente del verano del 87 se produjo un quiebre. En detalle, ¿qué fue lo que sucedió? ¿Qué recuerda?
- Doctor, disculpe. No puedo seguir. La angustia nubla mis recuerdos. A esto ya lo hablamos, doctor. Se lo conté ciento de veces. Fue esa maldita tormenta. Llovía a cántaros como si se hubieran abierto las compuertas del cielo. Estábamos resignados al extravío de una deriva espantosa. Naufragando en sobre saltos. El cielo estaba gris. Oscuro. Basta, por favor. No quiero hablar más, doctor. No puedo. No quiero.
- Sería bueno que continué. Es importante resolver lo que pasó. Lo ayudará. Inténtelo.
- Disculpe, doctor. Deseo regresar a la habitación. Quiero estar solo, recostarme. Espero que sepa comprender.
- Sí, claro. Disculpe mi insistencia, pero en la mayoría de los encuentros nos detenemos en el mismo episodio. En aquel trágico verano del 87.



II


- Doctor, creo estar seguro. Siento que camino por el filo de un abismo que precede al infierno. No puedo hacer equilibrio, me caigo. Estoy seguro de que me caigo, doctor.
- ¿Quiere un té? Siéntese y cuénteme, por favor. ¿Qué pasa?
- El dolor me abruma, doctor. Es indescifrable. Me duele la cabeza, aquí también –roza suavemente con la mano su nuca- y a veces hasta el pelo. El dolor se acentúa por las noches, cuando la oscuridad me agobia. No logré dormir bien en semanas, que digo, en años. No puedo.
- ¿Tuvo sueños? ¿Pesadillas? ¿Insomnio?
- Desde aquella vez que soñé que surcaba el cielo con mi barco pesquero junto a mi hermano que los sueños se me hacen imposibles de recordar. ¿Lo recuerda, doctor? Sé que los sueños existen, los percibo en mi latido intenso, en las imágenes vagabundas que se me aparecen de Ricardo, siempre intentándome socorrer. Son imágenes, diría furtivas, aunque no se me escapan, y a veces vuelven a aparecer. Son imágenes que dejaron una huella, no sé. Por momentos lo recuerdo todo. Recuerdo aquel trágico naufragio en el verano del 87. ¿Se acuerda, doctor, hace veinte años?
- Hagamos un punto en esta situación. Hablemos un poco más de la muerte de su hermano…
- No doctor, quizás…
- Pero su hermano le tendió la mano, lo ayudó como lo hubiera hecho cualquier otra persona. Era una situación de extrema emergencia y angustia. Estaban en el medio del océano. ¿No fue así?
- Sí, tal vez. Pero si no me hubiera ayudado el podría estar hoy aquí, conmigo. Podríamos seguir navegando como acostumbrábamos, vivir entre las olas… Sin embargo, siento que está. Siento que Ricardo no murió. Lo sueño y lo veo. Me acaricia y a veces escucho su voz. Hasta supongo haber comprobado esto que le digo, doctor. Creo haber leído una crónica de la época que decía: “Dos náufragos se salvaron de un terrible temporal”. El diario lo decía con letras negras y rojas, me acuerdo. Me acuerdo muy bien. Era el título principal.
- Tal vez es una sensación de deseo. ¿Podría ser? Aunque, ¿existen certezas que su hermano realmente murió?
- Sí. Mejor dicho no lo sé. No hay antecedentes familiares. Ni registros, supongo. Yo me levanté después de meses en el hospital, recostado en la soledad, rodeado de amables enfermeras. Algo desorientado. Y ahora sigo acá, con usted. Estoy acá con usted, doctor.
- Entonces habría que indagar, quizás sea hora de conocer la verdad...


III



El sol se iba alzando, implacable, hacia lo alto del cielo. El aire estaba limpio y sin nubes. La luz ingresaba sesgada por el ventanal de la habitación.
Un sentido ardiente de esperanza me había levantado de la cama. Tomé mis ropas y observé a mí alrededor. El olor del hospital remitía a museo, a pasado, a tiempo transcurrido. Abrí la puerta y comencé a caminar por los pasillos del lugar. Llegué hasta la salida. Era un portón amplio y arqueado. Nunca había llegado hasta allí en veinte años. Me opuse a continuar como si hubiera echado un ancla. Retrocedí y fui en busca del doctor. Apuré el paso en algún tramo, tal vez impulsado por la ansiedad.

- Doctor, creo que sí. Creo que es momento de salir del hospital. De romper el letargo. ¿Qué dice? ¿El mundo habrá cambiado? Voy a buscar a mi hermano en el cielo, o en el infierno, ¿quién sabe? ¿A dónde lo buscaría, doctor? Tal vez decida conocer el mundo y salir del encierro. O, quizás, conoceré la muerte. Aún no lo sé.

viernes, 24 de julio de 2009

La historia, en ruinas


Es un sitio verde y gris, rocoso. De cristal, acunado en nubes. Son ruinas misteriosas, con unos pocos secretos alcanzados a develar únicamente por huellas del pasado, o, tal vez, por la geometría y los trazados de alguna piedra maravillosa. El ronroneo del río Urubamba, abajo, en el abismo de las laderas, es cómplice de un capricho de la arqueología. Es testigo de una ciudad levantada por la sabiduría y el instinto de los incas, quienes huían desesperados de los vientos de conquista españoles.

domingo, 12 de julio de 2009

CASINO

Una billetera sonriente, desbordada de dólares observaba a John con atención desde aquella noche lluviosa en la que regresara triunfal del casino de los suburbios de Varadero. Solía viajar allí seguido, atraído por los secretos del azar. Sus victorias se repetían como un estigma de hombre millonario más que por inesperados golpes de suerte.
En su última noche de euforia había conocido a Ana, una crupier salvajemente astuta para interceder en las cuestiones del azar. Ella fue cómplice de una jugada millonaria, tal vez intuyendo que se anticipaba el final. Ana conocía de buena mano sobre el inevitable desembarco revolucionario y, en consecuencia, del posible ocaso de una isla sumida en las libertades de la corrupción, el juego y la prostitución. Ana sabía, en definitiva, que el gobierno de Batista tenía los días contados.
Unos días más tarde, una acumulación de dolor empujó John al sótano de la soledad. Cayó a los tumbos, hasta que una mañana gris se miró al espejo, aturdido por un pesar insoportable. Sucumbió ante el lúcido reflejo que le ofreció su desdibujada silueta, en un salón casi en penumbras. ¡Crash! Vio que su puño sangraba y explotó el espejo con un segundo impacto, contundente, hacia el centro de la angustia. La imagen de su figura, algo distorsionada por los vidrios rotos, despuntaba el retrato de un alma hecha pedazos.
La lentitud del tiempo, que a veces camina a contra reloj, lo desesperaba, aunque continuaba inmóvil, sin reacción, como estaqueado al sufrimiento. John mitigaba su duelo con la imprecisa reflexión de que huiría a sitios donde el juego fuera legal. Insistía con ese pensamiento una y otra vez, recostado en su fortuna.
Ana había sido quien le abrió a John las puertas al cautivante mundo del azar, hacía casi una década. Fueron años de recorrer en su Mercedes Benz los 93 kilómetros que separaban La Habana de Varadero. Jamás John imaginó que el hábito a las apuestas podía constituirse en un castigo tan filoso como una sevillana. Sumergido en la angustia, ahogado en la impotencia, decidió aislarse en su más profunda soledad. Se escondió hasta de Ana, que lo buscaba desesperada por las calles de La Habana. John la evitó varias veces, quizás con ánimos de desafiar esa nostalgia por antiguos e inesperados golpes de la suerte.

miércoles, 1 de julio de 2009

El ocaso de una política oxidada


Con la vista nublada por el temor al avance inminente de la gripe A, o aún con los resultados electorales bajo exhaustivo análisis, no habría que pasar por inadvertido la derrota de Fuerza Republicana en los comicios de Tucumán.
El partido político de Antonio Bussi, que llevó como primer candidato a su hijo Ricardo, ocupó el cuarto lugar con apenas el 7 por ciento de los votos. Las estadísticas son irrefutables: es el ocaso de una política oxidada. Cada vez hay menos tucumanos que se reflejan en el cruel espejo de Fuerza Republicana, como alguna vez se escribió en el diario Clarín. El juzgamiento de Antonio Bussi fue un gran paso hacia la civilización. Se recordarán aquellas lágrimas del ex gobernador vestidas de impunidad, previas a la caída sigilosa del martillo y a esa brisa fresca de justicia que recién ahora sopla con mayor intensidad. En Tucumán, la gente desea mirar para adelante. Nunca más Bussi. Ni zurdos, ni derechos, tampoco progres: humanos.

martes, 30 de junio de 2009

Conozca al nuevo ministro de Salud de la Nación

Por José Sbrocco

Cuando Juan Manzur fue designado ministro de Salud en 2003 por el primer gobierno de José Alperovich era un total desconocido para los tucumanos.
La mayor parte de su carrera había transitado en Buenos Aires, donde hizo una residencia en cirugía general en el Hospital Alvarez y luego se especializó como médico sanitarista en la UBA. Mientras realizaba una especialización en el Garraham fue convocado por el gobernador de San Luis para que asumiera como viceministro de Salud.
De la mano de Alberto Balestrini fue el responsable del área de Salud de La Matanza y allí comenzaron sus contactos con el kirchnerismo. Con Ginés González García como padrino trepó hasta el Ministerio de Salud de Tucumán donde se convirtió en uno de los hombres fuertes de Alperovich, que lo ungió vicegobernador en 2007.
La carta de presentación del Gobierno nacional para que Manzur reemplace a Graciela Ocaña en el gabinete de Cristina de Kirchner es muy cuestionada en su provincia. Le destacan que redujo la mortalidad infantil del 24 por mil al 12,9 por mil. Pero eso generó un debate porque la oposición lo acusa de dibujar esos índices, en una remake de lo que hace el kirchnerismo con el INDEC.
¿Cómo es la maniobra? “Los recién nacidos con bajo peso en vez de ser inscriptos como nacidos vivos, los anotan como nacidos muertos por la poca esperanza de vida”, fue la denuncia que el flamante senador José Cano (UCR) lanzó en la Legislatura local y que fue tomada por los medios nacionales.
Manzur ahora tendrá otro problema con las estadísticas: Ocaña se va en medio de rumores. La cantidad de infectados y de muertes por gripe A serían muchas más. El kirchnerismo parece haber contratado a un experto en estas ligas.

martes, 23 de junio de 2009

Anatomía de la melancolía

El sol le abre la puerta a la melancolía y un rayo de luz tenue traza una silueta atractiva. Ella busca respuestas en la nada. Su mirada esta ausente y perdida. Es como la proyección de una película inmóvil de lamento y preocupación.
A los lejos, a través de la ventana, se observa a los cerros como mudos testigo de la depresión. Dentro del dormitorio las paredes oscuras parecen esconder un secreto. Un cuadro inexpresivo cuelga sin darle vuelo a la imaginación y aviva el misterio. Ella enciende con mano temblorosa un cigarrillo y el silencio es su única voz. Piensa. Medita. Se la percibe taciturna. A la vera de la cama hay huellas de un amor inspirado que pudo haberse ido.
El temor a la soledad la perturba. Se mantiene estacada al parquet. El, tal vez, se ha marchado en silencio, con el primer cantar de los gallos. Ella no lo sabe, pero lo intuye. No sabe qué hacer. La desorientación es su única guía. Sus sentimientos navegan en aguas encrespadas y su corazón está herido. Supone que la incertidumbre es una serie de impulsos azarosos, y murmura, casi sin abrir la boca: “El olvido es el único recuerdo”.
Cierra los ojos, proyecta la imaginación y siente un lavado en la memoria. La noche ya ha quedado atrás y el alma rota se une como un rompecabezas, quizás, hasta la aparición furtiva de un nuevo amor inesperado.

miércoles, 17 de junio de 2009

La Argentina proselitista

Gobiernos de ojos vendados, nublados por un estado de campaña electoral crónico, permanente, casi eterno.
En el país proselitista el pavimento siempre está fresco. Las vigas sostienen esperanzas y promesas, y los ladrillos apilan falsas ilusiones. En la mirada se amontonan los recuerdos de situaciones similares: obras que se anuncian pomposas y que su puesta en marcha es apenas una luz de espejismo tras un corte de cinta.
Letreros, proyectos y palabras sordas y vacías; hospitales, hogares y barrios, todos conviven bajo un mismo techo: el de la política. En la Argentina proselitista el aire huele a clientelismo. Hay un vaho penetrante y peligroso que advierte el estado de descomposición.

Foto: Un camión del municipio tucumano de Juan Bautista Alberdi carga bolsones de mercadería en vísperas electorales.

“No al dedo y al regalo, sí a la lucha y al sacrificio”
Oscar Emilio Sarrulle, en 1972.

domingo, 7 de junio de 2009

Liverpool, en pretérito eterno


En Liverpool se cultiva el pasado. Se vive de la melancolía del recuerdo, de una musicalidad que está ahí, presente, suspendida en la realidad, petrificada.
Liverpool es una ciudad en estado de ebriedad, sensible y sentimental. Unica. Ocasional. Con modos y hábitos que se mantienen como llamas escarchadas, vivos e intensos ante un espejismo de nostalgia por una década sinfónica que nunca dejó de sonar.

Foto: Rodrigo Vergara

miércoles, 27 de mayo de 2009

El adiós eterno de Los Piojos


El “impasse” que anunciaron Los Piojos se entona como una música de despedida. Sus seguidores lo perciben como un adiós envuelto de una melaza de melancolía de la que jamás se podrán despegar. Tal vez, ojalá, sea una parte más de esas estrofas mágicas en las que uno cree que todo es posible, desde ser un fantasma y derrotar al viento, a observar asombrado como el agua baila en manos del sol.
La noche del 3o de mayo se advierte como una melodía esperada y eterna. La luna del sábado se quedará sola como una lágrima sin llanto, con el deseo vivo e intenso de imaginar el regreso de lo que aún no se fue.
Desde esa noche, el ritual piojoso ya no será un concierto de un cantante con mil voces entregadas al ritmo de una canción. El ritual se mantendrá como llamas escarchadas en cada corazón, aunque será un ritual interno y personal. Propio. Será el ritual ideal para rememorar amores furtivos y atardeceres sin ganas. Para recordar amigos y personas que nunca se fueron, que siempre están. Para honrar debidamente a la historia y encontrar en la retórica de una melodía las espadas para combatir al poder, la injusticia y la corrupción. También a la soledad y al desamor. Uno imagina que siempre habrá un ritual, tal vez invisible, llenando de energía el aire, llevándote en él, hacia donde vaya, aquí o allá. En Buenos Aires como en Jujuy.
La entrada número uno para el show del “impasse”, tal vez el último de una banda con veinte años de historia, fue una maravillosa ironía del destino. ¿Casualidad? Sí, mucha. ¿Intencionalidad? Ninguna, en absoluto. ¿Volverán a Los Piojos? Responden ellos, a través del grito eterno de Morella: “…Que no te sorprenda volverme a ver. Mírame bien, puedo morir y una y mil veces renacer…”.

martes, 12 de mayo de 2009

El Angel y la puta

Raquel arrastra su culpa. La angustia la acompaña como el aire, entre paso y paso, junto con su respiración irregular y opresiva. Al cruzar la gigantesca puerta del templo, recuerda lo que alguna vez le dijo su madre: “allí nunca estarás sola”.
Observa con detenimiento los retratos inmaculados que dibujan acciones en las paredes hasta que se posa dura, frente al altar, ante la mirada del Otro, frente al Angel. Pasan minutos eternos de un silencio inalterable. Ella continúa estática, a la orilla de la agonía, tal vez a la espera del perdón, o de la sentencia de la espada.
Se arrodilla ante el Otro, vencida e inútil por la fuerza del pecado. Se recompone con el dictado de plegarias que surgen desde el alma. Sollozos y recuerdos vagabundos retumban en el santuario como oraciones de lamento.
Abandonada por su madre cuando era apenas una quinceañera y víctima del desempleo, Raquel había sido arrastrada a tenebrosos lupanares, en las afueras del pueblo. Todo comenzó por una equivocación. Fue durante un derrotero por bares nocturnos lo que la condujo a un laberinto oscuro, iluminado sólo por la confusión: un hombre de aparente buen vivir intentó seducirla con una propuesta que rayaba la indecencia, confundiéndola con una prostituta. Las necesidades económicas la hicieron acceder, sin saber que estaba dando un salto al vacío. Sucumbió por años ante las manipulaciones perversas y un descreimiento tozudo sobre el amor. Los sentimientos mercenarios la envolvieron de dinero hasta que decidió enfrentarse al oprobio del llanto y a las falsas apariencias. Desde entonces, multiplicó su afán por retomar la antigua vida, aquella que consideraba digna y que ya no asomaba en el horizonte como una esperanza absurda.

Lleva horas de rezo, de imaginarse el perdón, arrodillada, en medio de la penumbra de un enorme templo, apenas iluminado por las llamas de dos candelabros que escoltan el altar. Raquel mitiga su duelo con la imprecisa reflexión de que jamás volverá a ser la mujer de un hombre. Está dolida, con ella misma, también con el amor.
Un terremoto sentimental la sacude, constante, y siente un abismo entre sus pies. Escucha cerca de su oído la compañía de las palabras de su madre y se aferra a la oración, como nunca antes. De su boca cae una súplica que se desvanece en el silencio: “Señor, que al cabo de mis días en la Tierra yo no deshonre al Angel”.

El texto fue inspirado en el poema "El Angel", de Jorge Luis Borges

miércoles, 6 de mayo de 2009

Sonrisas y guantes blancos


De impecable guantes blancos, un japonés le dio apenas un empujoncito en la espalda a otro para que se subiera al subte, en Tokio. Fue una actitud amable del operador de la estación Mejiro, suponemos, por el agradecimiento final del viajero. Después nos enteraremos de que existe un hombre que trabaja para empujar a los usuarios cuando los vagones circulan atestados. Una falla de cálculo hizo que recurriéramos al taxi tras un largo recorrido en tren. Al menos habíamos avanzado el kilométrico trayecto desde el aeropuerto de Narita hasta el centro de la ciudad. Se detuvo el auto en la esquina y la puerta se abrió automáticamente. El chofer, de guantes blancos, no comprende inglés, pero para el GPS no hay idioma imposible.

El tiempo se había tornado un espejismo. Nos parecía que el día duraba más de 24 horas y que la noche jamás llegaría. Los trastornos del sueño atentaban contra la capacidad de absorber las primeras brisas en Oriente. Finalmente, como pudimos, desembarcamos en el hotel. Un muchacho de guantes blancos nos ayudó con las maletas a cambio de una sonrisa; no aceptó la propina. Aún no sabemos por qué. Tal vez fuimos mezquinos o quizá sea una regla de la empresa. O tal vez aquí se pague con sonrisas. Una mueca de felicidad se intuye de muchas maneras cuando el idioma es una barrera comunicacional. En los ascensores sonríen, en el supermercado, en la calle, en todos lados. El japonés vive sonriendo.
Si bien la cama actuaba como imán, nos fuimos del hotel antes de cometer lo prohibido. Cumplimos con lo aconsejado: no dormir de día. Esa, dicen, es la estrategia para adaptarse rápidamente al nuevo huso horario.
En la búsqueda de las acreditaciones de prensa en el Estadio Nacional un soldado se llevó la mano a la sien y nos saludó como si fuéramos generales. Lo palmé en el hombro, como un gesto de que no hacía falta que nos diera la bienvenida de esa manera. Sonrió y volvió a llevarse la mano a la sien. No me había percatado hasta el segundo saludo: tenía guantes blancos.
Con la noche encima y el peso de dos días sin dormir en los hombros, regresamos al hotel, pero a pie. Por la calle paseaban cientos de japoneses con barbijos. Pensé en diferentes enfermedades contagiosas, pero jamás en que evitan así contagiar al prójimo de un resfrío. Mientras tanto, en una esquina había un embotellamiento de autos, pero no se oyó ningún bocinazo. Estábamos decididamente exhaustos, casi demacrados, con bolsas negras bajo los ojos. Tomamos un taxi. La puerta se abrió automáticamente. El chofer nos saludó en inglés. Enseguida se disculpó y de debajo de su asiento sacó un par de guantes blancos. Se los puso con suavidad y nos condujo al hotel. Durante el camino pensé que los japoneses están condenados a una indefectible perfección. Aún no lo puedo afirmar.


Publicado en La Nacion el 9 de diciembre de 2007

jueves, 30 de abril de 2009

Un lugar llamado Poroy


Sonrisas sinfónicas bailan asombradas detrás de máscaras de realidad: es domingo y Perú simula ser un país feliz.


Tumbas como escenario de un espectáculo festivo. El pueblo, congregado en una quebrada, improvisa alegrías, como en un circo romano.

jueves, 23 de abril de 2009

Vías, progreso y comunicación


En el Reino Unido, las estaciones de trenes guardan semejanzas: techos altos de madera, guardas de metal prolijas y decoradas, y fachadas remozadas. Por ahora, la historia se empecina en no digitalizarse y los nombres propios de las estaciones se leen en carteles antiguos y descascarados, todavía vigentes desde la vez que se tendieron por allí las primeras vías del ferrocarril. Les otorgan un toque agradable, de perdurabilidad, de una escenografía para toda la vida. En el trayecto de Cardiff a Londres hay ocho paradas. Apenas cinco minutos en cada una de ellas bastan para darse cuenta de lo que hay alrededor de un tren: progreso y comunicación. Tal vez como en la Argentina de las épocas coloniales, con el famoso eje comercial Potosí-Buenos Aires; o en un tiempo aún más cercano, hace cincuenta años, cuando la gente se asentaba y vivía en los alrededores de los ingenios y las vías, a un paso de su lugar de trabajo.
Seguir las huellas de los Pumas en su gira previa al Mundial me permitió echar un vistazo a pueblitos jamás imaginados: Bristol, Reading, Plymouth Una experiencia guiada por la curiosidad y el interés. Algo así como disfrutar de Europa desde la ventanilla del tren.
Al salir del Reino Unido y poner el pie en la Comunidad Europea, uno percibe que hubo un aggiornamento generalizado. El antiguo TGV que cruza todo el continente cambió su nombre a Eurostar durante los primeros pasos de la conformación de la Unión. Al tren ya no se lo espera, como en Cardiff, a la vera de las vías, sino en un free shop , como cuando se espera para embarcarse en un avión. Aquí hay wi-fi en vez de cabinas telefónicas, y se dice "tarjeta de embarque" y "check-in", en lugar de "boleto" y "andén". Demasiados cambios, tal vez, pero el mismo sentido: comunicar gente y lugares.
Después de atravesar Francia, se llega a Bruselas, el corazón y sede de las más importantes instituciones de la Unión Europea. Aquí, las estaciones, además de ser más modernas, son mucho más grandes. La globalización hizo que se parecieran demasiado a un aeropuerto.
En América del Sur, mientras tanto, sería imposible pensar un viaje internacional en tren. ¿O acaso se imagina viajar de Buenos Aires a Río de Janeiro? Muy difícil, si ya en Buenos Aires es inconcebible que no existan alternativas para el automóvil y el colectivo para llegar a alguno de los dos principales aeropuertos; o si aún no hubo muestras de un avance en el proyecto de unir Rosario con Retiro en apenas una hora mediante un promocionado tren bala.
Las vías se abren paso en casi todo el mundo. Son un reflejo de tecnología, transporte veloz y comunicación sin fronteras. Es progreso.

viernes, 17 de abril de 2009

Salsa, ron y Che, en pleno Bruselas


La música sale de un rincón y retumba en los adoquines de una calle angosta y oscura. Es una mezcla de rumba y salsa. El aroma a ron actúa como imán y atrae hasta al más abstemio y desprevenido. El bar es pequeño, pero agradable. El español es el idioma dominante. La mayoría son latinos.
"Bienvenidos al Café Che Habana", nos recibe Wanda, con un tono seductor. Por si hace falta aclararlo: el bar es cubano. Abundan fotos y leyendas del Che Guevara. No hay nada de Fidel Castro. Está ausente. "No hay fotos de Fidel porque no somos comunistas", dice Wanda. Sin embargo, a sus espaldas una pared estalla: "Viva la revolución; hasta la victoria siempre".
La otra cara de Cuba está en Bruselas, como puede también estar en Miami o en Buenos Aires. Wanda es belga y se casó con un cubano llamado Melgar. La familia de Melgar aprovechó la situación y saltó las barreras de la prohibición para desembarcar en esta ciudad. Todos viven de las ganancias del bar. Salvo una sobrina que prefiere el anonimato porque trabaja, como muchos otros latinos de por acá, en Amberes, el paraíso mundial de los diamantes, una ciudad donde se radicaron las mejores joyerías y un peligroso mercado negro.
El último familiar de Melgar en huir fue Hiram, otro de sus sobrinos. Hiram tiene 27 años y dejó en La Habana a su esposa y un hijo. Los extraña. Se emociona cada vez que abre la billetera y ve sus fotos. No habla con ellos desde hace dos años, cuando se fue. No puede comunicarse por teléfono ni por Internet. "No, allá en Cuba ella no puede mandarme mails ni hablarme por teléfono. Es imposible."
Hiram no quiere continuar con su relato cuando se entera de que somos periodistas. "Pues si son argentinos, hablemos de fútbol", invita. A él le gusta más Maradona que Pelé, pero nada lo puede tanto como Ronaldinho. "Tiene talento y buen humor", elogia al brasileño.
Es el turno de Hiram de atender la barra. Nos levantamos de la mesa y conversamos con el mostrador de por medio. Hiram encuentra su clímax de inspiración cuando prepara los tragos. Agita las botellas y se mueve al compás de la rumba. Se distiende y la angustia por su familia queda atrás. Una mujercita griega le pregunta acerca del Che Guevara. Ella se sorprende cuando le responde que era argentino y médico. A pesar de tener estampada la cara "crística" y marketinera del Che en su remera, pensaba que era cubano y guerrillero de profesión. Después de corregirla, Hiram le cuenta su historia: "Volveré a Cuba a buscar a mi familia cuando junte dinero y tenga la seguridad de que si vuelvo voy a poder volver a salir". Como Hiram, muchos.

martes, 14 de abril de 2009

El zapato y la luna: una metáfora kirchnerista

La vida le ha dado poco a María. Madre joven y soltera, vive de un plan social, a la vera de las vías del ferrocarril San Martín, entre colchones de basura y cartones.
En la mañana, una vecina se le acerca y la invita a un acto político. Con su hijo en la escuela y sin obligaciones a mano, María acepta tímida y en silencio, esperanzada.
En Parque Norte el telón está bajo. El ruido de un andar presuroso se oye detrás del escenario. Anticipo de que el acto dará comienzo a la brevedad. En una aparición furtiva, la Presidenta se dirige al atril con la mirada en alto, segura de sí misma, reluciente de cabo a rabo, como siempre: peinado exótico, abundante maquillaje, vestida de fucsia y un par de zapatos negros de charol que puntean el piso, hechizando miradas.
Cristina acomoda con sus manos los micrófonos y tose suave, como una introducción. Observa al público, la mayoría gente como María, que ha sido trasladada en micros hasta el sitio de la convocatoria. El discurso trata de anuncios y de proyectos. Es una retórica inflamada de sueños más que de realidades. Los pobres simulan un fervor por esa señora elegante, quien aparenta creérselo, palmeándose el corazón ante los aplausos y el repiqueteo de los bombos.
El cierre del acto se desvía del rigor del protocolo, y Cristina baja las escalinatas decidida a darse un baño de afecto con sus seguidores. María está en la primera fila, con el pecho estampado contra las vallas de seguridad. Un descuido de la dirigente en el último escalón alarma a todos: la Presidenta se ha tropezado. La policía privada interviene con la velocidad de un rayo y el revuelo queda inmediatamente disipado. Asombrada, María sigue con atención la salida de Cristina y advierte que ella ha perdido en un zapato. Entre el gentío, María logra atesorar el calzado entre sus pechos, y levanta la vista algo asustada después del traspié de la Presidenta.
María ha venido guardando el zapato debajo de un roñoso colchón. No sabe qué hacer con él. Se sienta y de codos, sostiene una lenta mirada sobre el lujoso calzado. Luego lo lustra, y así, una y otra vez. En ocasiones, hasta le reza, como a la virgen. El zapato es negro y brilloso, con una etiqueta blanca y radiante en la plantilla que dice “la luna”. Para María simboliza esperanza, aún en las noches grises en la que aquella luz inalcanzable no preside la Tierra. María lleva meses sin moverse de las orillas de las vías. Cree que alguien del gobierno vendrá a ofrecerle algo a cambio del zapato de Cristina. María desea un hogar digno y un trabajo; ese es su sueño de cenicienta desde la primera noche de vigilia. María todavía espera.

jueves, 9 de abril de 2009

Sueños de libertad


Después de atravesar caminos de tierra y asfalto, la entrada a La Paz es como desembarcar en una ciudad oculta, construida en una geografía desfavorable, cuajada entre cerros y quebradas, con casas multicolores que parecen suspendidas unas sobre otras, pendiendo de una ladera rocosa. No era la primera vez que había estado allí, suponía.
El taxi en el que viajábamos era un enorme catafalco negro. Fue por eso que el chofer no pudo entrar por la calle Conquistadores y tuvo que coger por Humboldt hasta Infanta, donde nos bajamos. Caminamos por Conquistadores hacia el Wakamba. El nombre era seudo africano, pero era la cafetería de moda adosada al cine La Rampa. El sitio me resultaba familiar.
Golpeamos la puerta con temor. Un negro de músculos dibujados y mirada de acero nos dio la bienvenida.
¬- Pasen, buenas noches- dijo, casi mecánicamente, con una sonrisa de compromiso.
El bar estaba en penumbras. Apenas la llama tenue de un enorme candelabro permitía proyectar la mirada por los alrededores del salón. Acodados en la barra, unos ancianos compartían en silencio un whisky aguado. A unos pocos pasos, un grupo de jóvenes aturdía con carcajadas ebrias y excitadas, mientras que un mozo hurgaba en su bolsillo para entregarle el vuelto exacto a una pareja de europeos unidos por una melaza romántica. Sus caras me resultaban conocidas. Las de todos.
Regresamos al día siguiente, después de recuperar energías tras un viaje agotador. Golpeamos la puerta, aunque sin la desconfianza de la primera vez. Nos recibió nuevamente el negro de físico atlético. Su mirada ya nos era saludable, pese a sus gestos rígidos y reservados. Era su manera de ser amistoso, intuía. Tomamos una copa en la barra y nos retiramos cuando rayaba el amanecer, como siempre.
Durante años visitamos el Wakamba con la frecuencia con la que uno va al baño. Hasta entonces, no despertaba curiosidades: mostraba un bar remoto, situado en la altura de La Paz, aunque podía estar en cualquier otro lugar del mundo. El chofer y yo nos mirábamos asombrados: no había señales que testificaran que el café contiguo al cine La Rampa se hubiera convertido en la meca del narcotráfico paceño.
Por las noches, los recuerdos se avivaban. Mi memoria se proyectaba a través de esa ventana enrejada y de aquellos empinados muros. Por momentos, me sentía libre y feliz, aunque encerrado y vacío. Observaba con detenimiento mis ojos en el espejo: expresaban nostalgia por un tiempo que no fue. Ese amanecer, el último, en plena vuelta a casa, tomé la calle Conquistadores y sentí un escalofrío paralizante. Titulaba en su portada el diario La Tercera: “A los tiros, dos personas fueron arrestadas por contrabando de drogas en el Wakamba”. Sudaba hielo. Creí que volvía a nacer. Hasta que desperté, frustrado, con un rayo de sol sesgado en la cara que ingresaba a través de ese ventanal de barrotes.

viernes, 13 de marzo de 2009

Del Tango 01 a clase turista

Agosto, 2008
La puerta de embarque número nueve del aeropuerto de Ezeiza es una variedad de razas: africanos, orientales, árabes y, por supuesto, una buena mayoría de argentinos. Tal vez parecemos más por la delegación de los Pumas, todos arropados en elegantes sacos azules. Pero nada es extraño hasta el momento.
El primer llamado de embarque es para los pasajeros a los que les corresponden los asientos del fondo. Pasa una pareja de jóvenes, un grupo de japoneses y alguno más. Los viajeros abordan así sucesivamente, según sus ubicaciones. Nada extraño.
Ya sobre el filo de la hora de despegue, una pareja adulta con dos niños apresura su andar por el pasillo y ocupa una fila casi en el medio del avión. Nadie los divisa; es un ingreso furtivo, veloz, presionado por el reloj eterno de los aeropuertos argentinos. Nada extraño.
Alcanzada la velocidad crucero, los inquietos comienzan a deambular por los pasillos. Refugiado en un curioso anonimato, Eduardo Duhalde contempla aburrido con la mirada perdida en la ventana. Detrás de él, su esposa, Chiche, duerme recostada en tres asientos que, por suerte para la comodidad de la senadora nacional, no han sido ocupados.
De hacer un viaje como cualquier otro pasamos a encontrarnos en vuelo con un ex presidente. Como no logra conciliar el sueño, es atraído por cualquier charla. Hablamos de política, primero. Dice mucho sin decir nada. No quiere abrir la boca más de la cuenta, y menos en tiempo de vacaciones. Chiche sigue durmiendo. Hablamos de Banfield, entonces. Se queja de que el club compró de todo menos delanteros. Hablamos de rugby, antes de darme por vencido. Dice que es un deporte peligroso; sin embargo, sus nietos, "los mellizos", juegan en Pucará. Los chicos duermen recostados en una hilera vacía, como la abuela.
En pleno cruce del océano Atlántico, la madrugada sudafricana ya es avanzada. Es hora de dormir. Pero Duhalde da vueltas. Se pasa de un asiento a otro, buscando la ubicación ideal en las ya casi diminutas poltronas de la clase turista. Antes hizo un intento de ir a la primera clase, pero fracasó su pedido, según un argentino que viajó casi al lado de él.
Se aproxima el destino. Se despide con una sonrisa y un apretón de manos. Baja del avión de jean, remera negra de mangas cortas y unos zapatos Timberland. Los mellizos caminan al lado, pero son custodiados por la atenta mirada de Chiche. Del Tango 01 a la clase turista, los Duhalde se fueron una semana de safari por Sudáfrica.

viernes, 27 de febrero de 2009

La Plaza de la Memoria


La Plaza de la Memoria es apenas un paseo gris de 25 metros de largo, como una calle sin salida, con un principio y un fin. El lamento por las 194 víctimas de la tragedia en el boliche República de Cromañón se adueñó de un pedazo de la vieja estación de trenes de Once y situó allí “el santuario de nuestros ángeles del rock”, como lo indica un cartel oscuro con letras blancas, que indica el acceso al lugar.
Un mensaje en la puerta de entrada advierte que la visita “es libre y gratuita”. El dolor parece no tener precio. Un policía merodea dando giros y vigila atento en caso de que un imprevisto altere la calma de un paisaje de nostalgia, alumbrado por el aura de la muerte. Cruces de madera y miles de flores marchitas abatidas por tanto llanto custodian un escenario preso del sufrimiento. La llovizna es tenue y el cielo está plomizo. El silencio agudiza la emoción. Apenas se escucha a la distancia el mal humor del tránsito.
La pena trasciende los límites de la plaza. Al salir, en un costado, las hileras de butacas carbonizadas y un paredón atestado de nombres y fotografías que reflejan el mágico encanto de la vida interrumpen el paso en la esquina de las calles Mitre y Ecuador. Los semáforos encienden luces en vano, ausentes del tiempo real. Sostenidas por cables que cruzan la zona, cientos de zapatillas cuelgan desde el cielo y son testigos permanentes de las leyendas de recuerdo y amor que acampan junto a la desolación.
Una plaza sin árboles. Un sitio construido por la angustia y la impotencia. Un lugar donde convergen sensaciones, historias de vida, y las paredes estallan salpicando sentencias con nombres propios. Un paisaje de escepticismo, sufrimiento y furia que se levanta en homenaje a las víctimas de la desidia y la corrupción. Todavía las lágrimas caen vestidas de bronca. En el corazón del barrio de Once laten con intensidad ánimos de injusticia y dolor. Será así por siempre, como una mancha imborrable en el alma.

Bolivia y Perú, un circuito maravilloso


Desde el paisaje convulsionado de La Paz, una ciudad de tránsito desordenado y con su población apiñada en elevadas mesetas, al silencio nostálgico de la Isla del Sol, en Copacabana, un sitio misterioso, envuelto por cerros y la magnitud del Lago Titicaca como mudos testigos del sosiego. Hay más: la frutilla de la travesía es el desembarco en el Cuzco, con su plaza mística y colonial, los valles sagrados y la asombrosa y legendaria ciudad de piedra inca: las ruinas de Machu Picchu, a tan sólo 130 kilómetros de distancia del corazón turístico de Perú.
El mapa de improvisación que suele desplegar el viajero frecuente se altera con un sendero trazado por el boca a boca, surcado por la experiencia y la recomendación. Elegido por miles de jóvenes argentinos, la mayoría de entre 20 y 30 años, el circuito Bolivia-Perú resulta atractivo e interesante, más allá de ser un recorrido económico, sobre todo en lo relativo a gastos de comida y alojamiento.
La mirada argentina se tropieza en la frontera con Bolivia ante un paisaje de ambigüedades. El paso internacional La Quiaca-Villazón son veinte cuadras de tiendas para comer pollo y arroz en las que conviven un peregrinar de mochilas cargadas de ocio e ilusión. Los viajeros terrestres deben soportar la precariedad de un país que parece vivir en estado de alerta, con escasas carreteras asfaltadas y señalizadas, lo que provoca que un recorrido de unos 600 kilómetros pueda tomar más de veinte horas en ómnibus. Si bien el costo del viaje sufriría una suba presupuestaria, indagar por promociones aéreas no es una opción para nada desechable. Se gana tiempo y confortabilidad, siempre y cuando ayude el humor de los vuelos y aeropuertos.
Primera parada: La Paz
Después de atravesar caminos de tierra y asfalto, la entrada a la La Paz es como desembarcar en una ciudad oculta, construida en una geografía desfavorable, cuajada entre cerros y quebradas, con casas multicolores que parecen suspendidas unas sobre otras, pendiendo de una ladera rocosa. El descenso desde El Alto, el punto máximo, a 4200 metros sobre el nivel del mar, hasta el corazón urbano, es por una carretera zigzagueante y sinuosa. Una vez abajo, en Plaza Murillo, la sede del gobierno central, no sólo la altura disminuye considerablemente (3650 metros), sino también la temperatura; la diferencia entre un lugar y otro puede variar hasta en ocho grados, según cuentan los lugareños.
Los alrededores a la Iglesia San Francisco es el sitio más concurrido por el visitante. Es una zona de hospedajes económicos (entre 5 y 10 dólares el día), con calles angostas y empinadas, pobladas de tiendas de artesanías. El mercado de las brujas es una excusa válida para un paseo distendido, además del Museo de la Coca y la variada oferta gastronómica que se ofrece a lo largo de un tendido de puestos callejeros que se extiende por unas cinco cuadras. Aquí, la mayoría come en la calle, sentado en el cordón de la vereda, con la falda como mesa de un banquete.
Los latidos del progreso no llegaron con intensidad a La Paz. Una gran mayoría de personas, muchas de ellas ancianas, cargan mercancías en sus espaldas, en un peregrinar eterno de precariedad. La diferencia social y de ingresos es acentuada, y el abanico urbano más vigoroso económicamente es un puñado de barrios ubicados en el sur de la ciudad.
Más allá del recorrido por el centro, es recomendable una escapada al Valle de la Luna, a media hora de la ciudad y desde donde se podrá apreciar una bonita vista panorámica. Otra opción cercana, a unos 100 kilómetros, y de la que nadie se arrepentirá, es visitar Coroico, un pueblo de clima húmedo y que está enclavado en la yunga boliviana. Este sitio ganó popularidad por su ruta sinuosa, conocida como “la vía de la muerte”. Pero Coroico es mucho más: es el músculo productivo del cultivo de coca y cítricos, además de poseer grandes parcelas de café, frutillas y bananas. Aquí el verde solemne comulga con un paisaje de ensueño, a veces empañado por tristes nubarrones tropicales que limitan cualquier actividad recreativa al aire libre, como puede ser rafting o echarse camino abajo en bicicleta.
En un viaje, tal vez, no sea válido calcular cuántos días de estada se merece cada lugar. El tiempo lo gobierna la improvisación y los estados de ánimo. Por eso, una buena manera de continuar el viaje es trasladarse a Copacabana, un pueblo recostado a la vera del Lago Titicaca, que cuenta con una Catedral imponente y radiante, construida en el siglo XVI.
Segunda parada: Copacabana y la Isla del Sol
Nada tiene que ver la Copacabana boliviana, situada a tres horas en bus desde La Paz, con el encanto de las playas cariocas de Ipanema o Leblon. El idioma portugués se escucha de a ratos, con acento turístico, y aquí no existe el mar: hay cerros, quebradas y el Lago Titicaca, con su extensión de más de 8300 kilómetros y ubicado a 3900 metros de altura.
El origen de la palabra Copacabana son los vocablos aymarás Khota Kahuan, que significan “mirador del lago”. Y es así: el pueblo descansa sobre las suaves colinas de la costa del Titicaca, indiferente a la mirada turística. Durante el imperio Inca aquí funcionó un centro de observación astronómica, casi un lugar sagrado.
También muchos de los visitantes desconocen que Copacabana fue el punto de partida de la ruta del Che Guevara en su afán de extender la revolución cubana en territorio boliviano. Aquí, desde algunas paredes, la mirada eterna y rebelde del guerrillero argentino continúa viva, pese a su intento frustrado.
En sí, el pueblo no ofrece mucho para el visitante. Son veinte cuadras de tiendas y bares, con una plaza central y la Catedral como punto de referencia. Recibe miles de creyentes que visitan a la virgen de Copacabana, pero el resto está de paso, camino a la Isla del Sol o a la vecina ciudad peruana de Puno.
A la Isla del Sol se accede a través de embarcaciones que descansan amarradas a la orilla del lago. Es un viaje de unas dos horas, con un costo de 15 bolivianos, unos 2 dólares.
El ronroneo intenso del motor del barco irrumpe el silencio furtivo de navegar en el Titicaca. Cerros e islas son testigos de un lago azulado y cristalino, que está en movimiento, casi a la escala de las nubes. La mirada se sumerge nostálgica en el agua, avivando recuerdos.
Uno debe pagar ni bien apoya el pie en la Isla del Sol. La comunidad Yumani habita sus tierras y es la que exige el pago de un bono de bienvenida, una de las fuentes de financiamiento para preservar el medio ambiente y el cuidado de la isla. De Sur a Norte, al derecho y al revés, es un lugar ideal para largas caminatas y visitar la roca sagrada, en la cúspide. Pero también es un espacio perfecto para contemplar y descansar, para admirar un paisaje que genera suspiros maravillosos. En una de sus costas, presenta una playa imponente, aún virgen, a pesar de que las huellas humanas de a poco van apropiándose de ella.
Por la noche, la melaza de nostalgia abriga, protege de un viento frío que golpea desde el lago. Los hostales son un buen refugio, también económicos, pese a que algunos deciden acampar en las orillas. Hay unos pocos bares, pero la mejor alternativa la ofrecen las casas de los lugareños: truchas a la parrilla, hechas al momento, quizás en un viaje veloz del lago a la cocina. Comer y dormir bien por diez dólares, aquí es posible.
Para los cultores de la lectura y el sosiego, la Isla del Sol es un estupendo paraje. Es recomendable alojarse un día en la zona Sur y otro día en el Norte. La vegetación no cambia, aunque en el trayecto de un lado a otro, que requiere de unas 4 horas de caminata, los paisajes son conmovedores y emocionantes. Caminar por sus senderos es como hacer equilibrio entre abismos, con el Titicaca y las nubes como precipicios encantadores.
No queda otra que volver a embarcarse para el regreso. Ahora, de la Isla del Sol a Copacabana, donde hay una amplia frecuencia de ómnibus con los destinos más buscados: La Paz o Cuzco, a tan sólo unas diez horas de viaje a cambio de 25 dólares.
Tercera y última parada: Cuzco y Machu Picchu
Echar raíces en el Cuzco es como plantarse en el corazón turístico de un país que supo interpretar el potencial y los tesoros arqueológicos con los que contaba. A unos 1165 kilómetros de Lima, Cuzco es el sitio elegido por los turistas, es la ciudad de paso obligado antes de visitar las ruinas de Machu Picchu, acreedoras con las de la ley de ser Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
En Cuzco todo conduce hacia la plaza central, la Plaza de Armas. Es el punto de encuentro, es la voz cantante de un pueblo que no reniega de sus ancestros. En sus alrededores, bares y cafés mantienen su aire autóctono y colonial, con balcones como testigos privilegiados de lo que sucede en el centro neurálgico del pueblo. Hasta la cadena de comidas rápidas Mc Donald´s debió soportar restricciones arquitectónicas para abrir una sucursal en el cinturón gastronómico que rodea a la plaza. Aquí aún hay lugares que se resisten al embate del progreso, que conservan su identikit color sepia, como esas calles empedradas, o esos carteles escritos en lengua quechua.
Es conveniente, diría casi obligatorio, adquirir el boleto turístico. Es un pase que permitirá el acceso a los museos, iglesias y al valle sagrado Inca. Cuesta 130 soles (poco más de 40 dólares), o la mitad en caso de ser estudiante. A recomendar: el museo de Arte Contemporáneo, el Regional y el mercado central, donde se pueden comer todas las especialidades locales a un precio considerable.
El clima en las ciudades andinas suele ser tan inestable como los sentimientos: de un furioso aguacero, que incluye hasta disparos de granizo, se puede pasar a un sol cálido y sonriente hasta el atardecer. En tiempos de lluvia, un buen refugio es la Catedral, construida en 1539 y aún de pie e implacable, pese a soportar ocho terremotos. La iglesia conserva su estilo barroco en el interior y su fachada está salpicada de aires renacentistas. Símbolo de fe y esperanza, la Catedral, recostada sobre la Cuesta del Almirante, custodia desde sus escalinatas los latidos de la ciudad, de la Plaza de Armas, de todo el Cuzco.
Para los más entusiastas, la noche cusqueña ofrece un variado abanico de alternativas. Desde bares y restaurants, a boliches y pubs. Los sitios de mayor concurrencia están en los alrededores de la plaza central, o en la Cuesta de San Blas, una calle angosta y misteriosa, de visita obligada.
En el centro de Cuzco uno recibirá la información y los paquetes en oferta para visitar las ruinas de Macchu Picchu, cuyo valor de ingreso es de 124 soles, unos 40 dólares. La alternativa más conocida es el Camino del Inca, que requiere de cuatro días de caminata y campamento previo al desembarco en territorio sagrado. En caso de elegir éste, es conveniente reservar con atenuación. Es cuestión de consultar, y elegir lo más conveniente de acuerdo al tiempo y bolsillo.
Llegar al Machu Picchu (montaña vieja, en quechua) es como ingresar a una ciudad de piedra que hace equilibrio entre las nubes. Es un sitio verde y gris, rocoso, aunque parece de cristal. Son ruinas misteriosas, con unos pocos secretos alcanzados a develar únicamente por huellas del pasado, o por la geometría y los trazados de alguna piedra maravillosa. El ronroneo del río Urubamba, abajo, en las laderas, es cómplice de un capricho de la arqueología, de una ciudad levantada por la sabiduría y el instinto de los incas, quienes huían desesperados de los vientos de conquista españoles.
Considerada una obra maestra de la arquitectura y de la ingeniería, Machu Picchu fue construida entre 1400 y 1500. “Era un templo sagrado, ocupado por gente noble, que se defendió de los ataques colonizadores”, instruye Pedro, uno de los cientos de guías que ofrece sus servicios a lo largo del recorrido. Es vital hacer la visita acompañado por uno de ellos.
Rodeada de cerros, la ciudad encuentra su icono en el Huayna Picchu, aquella montaña de pico espigado que vislumbra en la foto más popular y conocida que haya dado vueltas por el mundo acerca de las ruinas. Escalar Huayna Picchu es un desafío para los visitantes. El ascenso es en plena jungla, escalón por escalón, roca por roca, casi siempre bajo una lluvia constante, con la ropa pegada al cuerpo y algún suspiro de extenuación. No se necesita ser un experto en alpinismo, basta con tener un estado atlético capaz de soportar una o dos horas de esfuerzo. Vale la pena.
La vuelta a casa es lo más costoso. Habrá que echar mano a la paciencia, en caso de regresar por tierra, o apelar a un ahorro y tomar un avión. Quienes cuentan con un dinero de más, podrían estirarse hacia Lima y visitar sus playas: Máncora, Trujillos y Arequipa. Como en todo, para los que prefieren la vida con todo incluido, también hay opciones. El circuito Bolivia-Perú es tan accesible como increíble. Es un viaje conmovedor, inolvidable.