jueves, 9 de abril de 2009

Sueños de libertad


Después de atravesar caminos de tierra y asfalto, la entrada a La Paz es como desembarcar en una ciudad oculta, construida en una geografía desfavorable, cuajada entre cerros y quebradas, con casas multicolores que parecen suspendidas unas sobre otras, pendiendo de una ladera rocosa. No era la primera vez que había estado allí, suponía.
El taxi en el que viajábamos era un enorme catafalco negro. Fue por eso que el chofer no pudo entrar por la calle Conquistadores y tuvo que coger por Humboldt hasta Infanta, donde nos bajamos. Caminamos por Conquistadores hacia el Wakamba. El nombre era seudo africano, pero era la cafetería de moda adosada al cine La Rampa. El sitio me resultaba familiar.
Golpeamos la puerta con temor. Un negro de músculos dibujados y mirada de acero nos dio la bienvenida.
¬- Pasen, buenas noches- dijo, casi mecánicamente, con una sonrisa de compromiso.
El bar estaba en penumbras. Apenas la llama tenue de un enorme candelabro permitía proyectar la mirada por los alrededores del salón. Acodados en la barra, unos ancianos compartían en silencio un whisky aguado. A unos pocos pasos, un grupo de jóvenes aturdía con carcajadas ebrias y excitadas, mientras que un mozo hurgaba en su bolsillo para entregarle el vuelto exacto a una pareja de europeos unidos por una melaza romántica. Sus caras me resultaban conocidas. Las de todos.
Regresamos al día siguiente, después de recuperar energías tras un viaje agotador. Golpeamos la puerta, aunque sin la desconfianza de la primera vez. Nos recibió nuevamente el negro de físico atlético. Su mirada ya nos era saludable, pese a sus gestos rígidos y reservados. Era su manera de ser amistoso, intuía. Tomamos una copa en la barra y nos retiramos cuando rayaba el amanecer, como siempre.
Durante años visitamos el Wakamba con la frecuencia con la que uno va al baño. Hasta entonces, no despertaba curiosidades: mostraba un bar remoto, situado en la altura de La Paz, aunque podía estar en cualquier otro lugar del mundo. El chofer y yo nos mirábamos asombrados: no había señales que testificaran que el café contiguo al cine La Rampa se hubiera convertido en la meca del narcotráfico paceño.
Por las noches, los recuerdos se avivaban. Mi memoria se proyectaba a través de esa ventana enrejada y de aquellos empinados muros. Por momentos, me sentía libre y feliz, aunque encerrado y vacío. Observaba con detenimiento mis ojos en el espejo: expresaban nostalgia por un tiempo que no fue. Ese amanecer, el último, en plena vuelta a casa, tomé la calle Conquistadores y sentí un escalofrío paralizante. Titulaba en su portada el diario La Tercera: “A los tiros, dos personas fueron arrestadas por contrabando de drogas en el Wakamba”. Sudaba hielo. Creí que volvía a nacer. Hasta que desperté, frustrado, con un rayo de sol sesgado en la cara que ingresaba a través de ese ventanal de barrotes.

4 comentarios:

  1. HOLA NICO QUERIDO!!! TE FELICITO POR TU BLOG! VEO QUE ENTRASTE DE LLENO AL "MUNDO TECONOLÓGICO" YA LA VOY A PONER COMO PAGINA FAVORITA ASI PUEDO SEGUIR TUS ARTÍCULOS.
    TE MANDO UN ABRAZO Y ESTAMOS EN CONTACTO.
    PABLO MACCHIAROLA.

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  2. la libertad no existe...es su busqueda la que nos hace libres




    pri

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  3. y!, si la historia de Wakamba es cierta que cagada y si no lo es fue entretenida y verosimil.Me hizo gracias. Besos y segui escribiendo.

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  4. Sos muy picante. Pero la nota ya había tenido el privilegio de leerla porque me la habías mandado por mail.
    Abrazo grande, te puse en "mis blogs preferidos".
    José

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