lunes, 10 de mayo de 2010

Cíclope urbano

La vida es como un libro eterno que deja sus huellas de tinta por el camino. Parte de ella trata del recorrido de nuestros ancestros, aunque, inevitable, cada uno traza su destino, a veces zigzagueante, pero casi siempre con un rumbo fijo e imaginario.

Tal vez otras personas opten por un camino desconocido, quizás una bifurcación que simbolice el anuncio de una doble vida, con la capacidad de observar un trayecto y a su vez el opuesto, como un cíclope urbano incapaz de hurgar un sentido real en su corazón.

De todos modos, la proyección se desarrolla y tatúa un registro latente, sea cual fuera el camino que se haya elegido. A veces, el derrotero se hace en compañía de un silencioso abatimiento, o, lo que es mejor, se camina bajo la sombra de la sinceridad, con la sensación del deber cumplido pese a la pena que pueda envolver a una historia sin final.

lunes, 3 de mayo de 2010

Contradicción y alucinación K

Una mirada en sepia, tenue, refleja un bramido interno que dibuja una exigencia de justicia. La imagen se multiplica. Apuñadas por peregrinas manos sudadas de esperanza, las pancartas, trémulas, despuntan entre decenas de cabezas. Esa mirada, tan singular y propia como simbólica y pública, tapiza también las paredes de la ciudad. Es otoño y Tucumán está fresco, cubierto por una espesa neblina gris.
En otro lúcido avance de la justicia por esclarecer las violaciones a los derechos humanos cometidos en los 70, un periodista del diario Clarín, reconocido y de rica trayectoria, es citado como testigo para dar su versión sobre “un laboratorio de un genocidio”, como califica al Tucumán de aquella época de plomo.
Se trata de Ricardo Kirschbaum, exiliado por obligación de Tucumán hace más de 36 años. Como una ironía del destino, en la misma semana en la que Ricardo fue citado a declarar en contra de Antonio Domingo Bussi, la intolerante mano kirchnerista empapeló Buenos Aires con los rostros de periodistas del Grupo Clarín en un intento de vincularlos con los gobiernos militares. La cara de Ricardo vestía esa papeleta anónima. Fue una suerte de escrache clandestino, impulsado por un oficialismo que alucina con un país sin voces críticas, con periodistas genuflexos y con medios obsecuentes, casi como meros transmisores de propaganda política.
Mal que le pese al poder, surgirán siempre voces periodísticas comprometidas con la verdad, ojos dispuestos a insistir en la investigación y plumas alertas para volcar en tinta denuncias y acuerdos oscuros. En fin, el verdadero oficio periodístico se puede percibir amenazado, aunque no olvidado. Mucho menos creer que es antiguo y oxidado.