martes, 14 de abril de 2009

El zapato y la luna: una metáfora kirchnerista

La vida le ha dado poco a María. Madre joven y soltera, vive de un plan social, a la vera de las vías del ferrocarril San Martín, entre colchones de basura y cartones.
En la mañana, una vecina se le acerca y la invita a un acto político. Con su hijo en la escuela y sin obligaciones a mano, María acepta tímida y en silencio, esperanzada.
En Parque Norte el telón está bajo. El ruido de un andar presuroso se oye detrás del escenario. Anticipo de que el acto dará comienzo a la brevedad. En una aparición furtiva, la Presidenta se dirige al atril con la mirada en alto, segura de sí misma, reluciente de cabo a rabo, como siempre: peinado exótico, abundante maquillaje, vestida de fucsia y un par de zapatos negros de charol que puntean el piso, hechizando miradas.
Cristina acomoda con sus manos los micrófonos y tose suave, como una introducción. Observa al público, la mayoría gente como María, que ha sido trasladada en micros hasta el sitio de la convocatoria. El discurso trata de anuncios y de proyectos. Es una retórica inflamada de sueños más que de realidades. Los pobres simulan un fervor por esa señora elegante, quien aparenta creérselo, palmeándose el corazón ante los aplausos y el repiqueteo de los bombos.
El cierre del acto se desvía del rigor del protocolo, y Cristina baja las escalinatas decidida a darse un baño de afecto con sus seguidores. María está en la primera fila, con el pecho estampado contra las vallas de seguridad. Un descuido de la dirigente en el último escalón alarma a todos: la Presidenta se ha tropezado. La policía privada interviene con la velocidad de un rayo y el revuelo queda inmediatamente disipado. Asombrada, María sigue con atención la salida de Cristina y advierte que ella ha perdido en un zapato. Entre el gentío, María logra atesorar el calzado entre sus pechos, y levanta la vista algo asustada después del traspié de la Presidenta.
María ha venido guardando el zapato debajo de un roñoso colchón. No sabe qué hacer con él. Se sienta y de codos, sostiene una lenta mirada sobre el lujoso calzado. Luego lo lustra, y así, una y otra vez. En ocasiones, hasta le reza, como a la virgen. El zapato es negro y brilloso, con una etiqueta blanca y radiante en la plantilla que dice “la luna”. Para María simboliza esperanza, aún en las noches grises en la que aquella luz inalcanzable no preside la Tierra. María lleva meses sin moverse de las orillas de las vías. Cree que alguien del gobierno vendrá a ofrecerle algo a cambio del zapato de Cristina. María desea un hogar digno y un trabajo; ese es su sueño de cenicienta desde la primera noche de vigilia. María todavía espera.

7 comentarios:

  1. Hola Nicolás:

    Te felicito por la iniciativa. Y, haciendo honor al título de tu blog, te recomiendo un libro de Italo Calvino, el escritor cubano-italiano. "Las ciudades invisibles", una especie de El libro de las maravillas de Marco Polo, pero urbano.

    Un abrazo

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  2. Amigo ¿resistido a la magia blogífera? Espero que no. Lo felicito por la iniciativa.
    Lo estaremos visitando.
    Un abrazo.

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  3. hola nico! qué bueno verte (bueno, leerte) en un blog! te mando un beso y a ver cuándo venís por casa a cenar que te esperamos con jx y el perro aníbal. BESOTES! juli tosto.-

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  4. Lustrar el zapato, una y otra vez, como si fuera una lámpara de Aladino: sólo un mago podría sacarla de allí. Lindo relato, Nico. Beso!

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  5. qe te jodan jajajjaja

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  6. me ha servido pero bueno

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