martes, 6 de octubre de 2009

Atardecer en el puerto de Olivos

Una pila de diarios amontonados en la mesa del bar advertían de un país gobernado por la furia y el descontrol. Desde el puerto de Olivos se observa un solitario sol poniente y el caos manifestado apenas se distingue en esas letras muertas volcadas en la prensa. Tal vez se trate de una sensación fugitiva, de un parecer casi instantáneo.
Levanto la mano y le pido al mozo un café. Mi pensamiento es eco, olvido y se extingue en la nada. Llega el café espumoso, con una gota blanca de leche. Le echo dos cucharadas de azúcar y lo revuelvo. Se revuelve mi nostalgia.
Bebo un sorbo, despacio, y mi mirada traza un recorrido perfecto por sobre el espigón. Mis ojos se posan en el Río de la Plata. Flotan sobre ese cristal viviente que guarda maravillas y secretos. Creo haberla visto. Dejo el café a medio tomar y la curiosidad me eyecta de la silla. Corro desesperado por el espigón atraído por mi mirada. Corro, ansioso.
Me sumerjo entusiasmado en el río y a brazadas limpias logro mantenerme en la superficie. Naufrago en un desconcierto, extraviado, hasta que encuentro mi par de ojos. Detrás de esa mirada perdida, maquillada de un verde ámbar, se refleja su silueta, casi perfecta. Es ella. Sos vos, que nunca te has ido.

4 comentarios:

  1. Que lindo, me gustó mucho.

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  2. Que bonito, me gustó mucho.
    Anita.-

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  3. Excelente Nico, gracias por este texto

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  4. Es posible imaginar esa tristeza. Como cuando Borges dice (y yo me lo imagino con esa melancolía que duele en la piel): "Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta/el mar al que se hunde" y es tan... Deliciosamente bello!... Un sabor a muerte que no se soporta.

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