martes, 23 de junio de 2009

Anatomía de la melancolía

El sol le abre la puerta a la melancolía y un rayo de luz tenue traza una silueta atractiva. Ella busca respuestas en la nada. Su mirada esta ausente y perdida. Es como la proyección de una película inmóvil de lamento y preocupación.
A los lejos, a través de la ventana, se observa a los cerros como mudos testigo de la depresión. Dentro del dormitorio las paredes oscuras parecen esconder un secreto. Un cuadro inexpresivo cuelga sin darle vuelo a la imaginación y aviva el misterio. Ella enciende con mano temblorosa un cigarrillo y el silencio es su única voz. Piensa. Medita. Se la percibe taciturna. A la vera de la cama hay huellas de un amor inspirado que pudo haberse ido.
El temor a la soledad la perturba. Se mantiene estacada al parquet. El, tal vez, se ha marchado en silencio, con el primer cantar de los gallos. Ella no lo sabe, pero lo intuye. No sabe qué hacer. La desorientación es su única guía. Sus sentimientos navegan en aguas encrespadas y su corazón está herido. Supone que la incertidumbre es una serie de impulsos azarosos, y murmura, casi sin abrir la boca: “El olvido es el único recuerdo”.
Cierra los ojos, proyecta la imaginación y siente un lavado en la memoria. La noche ya ha quedado atrás y el alma rota se une como un rompecabezas, quizás, hasta la aparición furtiva de un nuevo amor inesperado.

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