martes, 10 de diciembre de 2013

Mandela: su última aparición pública

Esto escribí en La Nación sobre la última aparición pública de Nelson Mandela:

"Madiba, Madiba, Madiba...", no se cansó de rugir el inmenso estadio Soccer City. Ese instante eterno fue más emocionante y conmovedor que el momento de la consagración de España como campeón mundial de fútbol.

El cántico bajó con fuerza desde las tribunas mientras el hombre que inspiró al mundo era paseado en un carrito por el centro del campo de juego. Fue el 11 de julio de 2010. Aquella gélida noche de Johannesburgo resultó ser la última aparición pública de Nelson Mandela. Fue justo allí, en los suburbios del barrio de Soweto, donde había dado su primer discurso masivo después de la liberación.

Su esposa, Graca Machel, le sostenía la mano derecha en alto, en otro gesto victorioso que simbolizó la reconciliación étnica por la que Mandela había dado su vida.

Aunque casi no oía ni caminaba, y la memoria de corto plazo ya lo traicionaba, comprendió el contexto y entregó una sonrisa auténtica a la multitud que lo vivaba emocionada por su apodo.


Mandela estaba enfundado en un tapado negro, llevaba guantes de cuero y un gorro cubría su cabeza. Su rostro estaba surcado por ceños de satisfacción y emotividad, como si se hubiera predispuesto a regalar esa imagen al mundo.

Aquella noche de julio la luna estaba pálida y redonda. Hacía frío. Mandela estaba a un puñado de días de cumplir los 92 años. Así y todo, salió de su enclaustramiento por unas horas para protagonizar un momento histórico y escenificar el primer Mundial de fútbol en África con el retrato que a la copa le faltaba.

Una tragedia familiar -la muerte de su bisnieta Zenani- le había impedido asistir a la gala de inauguración, en la que los organizadores de la gran industria del fútbol anhelaban que diera el puntapié inicial. Eso ya era realmente imposible porque, desde hacía meses, Mandela ya no caminaba y su estado de salud mantenía en vilo a toda una nación y al resto del mundo.

Su familia denunció, por entonces, que la FIFA había ejercido presión para que el ex presidente asistiera a la ceremonia de cierre en el Soccer City. Pero lo cierto es que Mandela cumplió, como pudo, con todos los compromisos del Mundial.

Grabó un mensaje para el sorteo y recibió el trofeo cuando aterrizó en el país. Bendijo a la selección de su país y hasta se calzó la camiseta amarilla y verde de "los Bafana Bafana". Desde lo político, habilitó al Congreso Nacional Africano, su partido, para que facilitara el ingreso de los millones de dólares de la industria del fútbol a un continente desfavorecido.

Previo a la final del Mundial, su anterior aparición pública había sido el 10 de febrero de ese mismo año, cuando se lo vio sonriente y lúcido en la conmemoración de las dos décadas de su liberación tras 27 años en la cárcel. Fue uno de los tantos homenajes en vida que tuvo por su rol pacificador y su gesta para combatir la segregación racial.

Como otras veces, un acontecimiento deportivo ocupó un capítulo trascendente en la vida de Mandela. En 1995, con el apartheid aún vivo en las calles sudafricanas, fue el Mundial de rugby el que dejó una huella profunda en la memoria. El saludo -convertido en leyenda- con François Pienaar, el capitán de los Springboks, llegó hasta Hollywood de la mano de Clint Eastwood.

Bajo el mismo cielo y en la misma tierra, pero 15 años después, Mandela cerró otro Mundial: el de fútbol. La organización lo paseó subido a un carrito de golf como si fuera un trofeo. Sin saber que iba a ser su último encuentro cara a cara con una multitud, el público lo abrazó y lo ovacionó en señal de reconocimiento, en otra muestra contundente que la reconciliación que él puso en marcha es una realidad.

Acá el link original: http://www.lanacion.com.ar/1645203-su-ultima-aparicion-un-instante-eterno-que-conmovio-al-mundo-desde-un-estadio-de-futbol

miércoles, 8 de mayo de 2013

La sacarocracia

"Nueve señores que son los dueños de los 15 ingenios de Tucumán son los responsables de la crisis azucarera. Por tener un mal precio, la economía provincial perdió 1500 millones de pesos en 2012 y este año será igual o peor si no mejoran las condiciones". La apocalíptica frase cae de la boca del gobernador José Alperovich, quien tiene a la provincia en un puño desde 2003.

En Cuba, un país que es la excepción en el mundo entero, llaman a la burguesía como la “sacarocracia”. Dicen que es por la sacarosa que les endulza las cuentas corrientes. Así lo cuenta el prestigioso colega César González Calero en su obra “Cuba a cámara lenta. Retrato de una isla imposible”.

De regreso a lo doméstico, en Tucumán, uno de los principales productores azucareros supo ser compinche de Alperovich, si es que aún no lo sigue siendo. Se trata del multifacético empresario Jorge Rocchia Ferro, que recientemente deambuló por los Tribunales federales por contaminar con vuelcos de vinaza territorio de la vecina Santiago del Estero.

Con el poder de Rocchia Ferro en supuesta decadencia, Alperovich dio un giro y les salió al cruce a “los nueve señores que son dueños de los 15 ingenios” de la provincia. El gobernador les apuntó sus críticas como si no conociera el paño agropecuario. Pero a decir verdad, Alperovich es igual o más poderoso que los empresarios del campo. Es productor de soja, cítricos y arándanos, y posee miles de hectáreas desparramadas por el Norte. Conserva tierras en Rosario de la Frontera, con 12 mil cabezas de ganado, y goza de los beneficios fiscales de invertir en Santiago del Estero, donde Alperovich contaría con 12 hectáreas sembradas con soja.

Cuba guarda similitudes con Tucumán por su clima húmedo y tropical. Pero Alperovich tiene la oportunidad de profundizar las coincidencias. En su próxima crítica a los empresarios azucareros, podría empuñar el término de González Calero y hablar de “sacarocracia”. Pero quizás tema que le repliquen con la “sojarocracia”, o, hasta le pueden achacar con su afinidad al nepotismo como política de Estado.

martes, 19 de marzo de 2013

Un voto invisible

El voto con el mensaje monosilábico cayó en una urna de cartón. Fue parte de la escenificación de un referéndum con resultado cantado y de dudosa legalidad política y diplomática. Poco más de 1500 personas decretaron ante veedores internacionales, designados por ellos mismos, que los pobladores de las Islas Malvinas desean mantener su dependencia británica. Nada nuevo bajo el sol.

Hace un año, cuando visité por primera y única vez las islas, uno podía distinguir en el trato con el hombre cualquiera cierta desconfianza e intolerancia ante el visitante argentino. La mayoría de los isleños dedica miradas hostiles u observa con sospecha. Son pocos los lugareños amigables ante el primer apretón de manos.

Diferente fue el trato durante los días que duró el referéndum, según me contaron dos periodistas que asistieron a la consulta popular por sus respectivas coberturas. Como si se hubieran puesto de acuerdo, los isleños decidieron mostrarse más abiertos y cordiales. Exhibieron su rostro más amable ante la prensa internacional, que llegó hasta el fin del mundo para informar sobre un resultado que se conocía con antelación.