lunes, 3 de mayo de 2010

Contradicción y alucinación K

Una mirada en sepia, tenue, refleja un bramido interno que dibuja una exigencia de justicia. La imagen se multiplica. Apuñadas por peregrinas manos sudadas de esperanza, las pancartas, trémulas, despuntan entre decenas de cabezas. Esa mirada, tan singular y propia como simbólica y pública, tapiza también las paredes de la ciudad. Es otoño y Tucumán está fresco, cubierto por una espesa neblina gris.
En otro lúcido avance de la justicia por esclarecer las violaciones a los derechos humanos cometidos en los 70, un periodista del diario Clarín, reconocido y de rica trayectoria, es citado como testigo para dar su versión sobre “un laboratorio de un genocidio”, como califica al Tucumán de aquella época de plomo.
Se trata de Ricardo Kirschbaum, exiliado por obligación de Tucumán hace más de 36 años. Como una ironía del destino, en la misma semana en la que Ricardo fue citado a declarar en contra de Antonio Domingo Bussi, la intolerante mano kirchnerista empapeló Buenos Aires con los rostros de periodistas del Grupo Clarín en un intento de vincularlos con los gobiernos militares. La cara de Ricardo vestía esa papeleta anónima. Fue una suerte de escrache clandestino, impulsado por un oficialismo que alucina con un país sin voces críticas, con periodistas genuflexos y con medios obsecuentes, casi como meros transmisores de propaganda política.
Mal que le pese al poder, surgirán siempre voces periodísticas comprometidas con la verdad, ojos dispuestos a insistir en la investigación y plumas alertas para volcar en tinta denuncias y acuerdos oscuros. En fin, el verdadero oficio periodístico se puede percibir amenazado, aunque no olvidado. Mucho menos creer que es antiguo y oxidado.

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