lunes, 1 de febrero de 2010

Adiós a una pluma maestra


A Tomás Eloy Martínez lo conocí en los pasillos del diario, hace unos cuatro años. Paseaba sonriente por la redacción de La Nacion y yo lo miraba con asombro, deslumbrado que esa pluma maestra sea de carne y hueso.
Tardé unos minutos en cultivar coraje para levantarme de mi escritorio, abandonar mi computadora por unos segundos e ir a saludarlo. Quería sacarme una duda eterna sobre su obra Lugar común la muerte, un libro de lectura obligada para los amantes del periodismo de vuelo.
Caminé unos metros hacia el corazón de la redacción intentando buscar una excusa consistente. La pregunta acerca de su obra me inquietaba, aunque no deseaba pecar de joven ingenuo e interesado. Hasta que él me miró a los ojos y le estreché la mano temblorosa para saludarlo. Apenas me presenté: Nicolás, a secas, dije. Algo retraído, las palabras se me atragantaron en el silencio. No logré consultarlo sobre Lugar común la muerte, ni tampoco contarle que había vivido durante 15 años en Tucumán, su provincia natal.
Hoy, apenado por su muerte, las dudas sobre aquella obra magnífica se brotan en mi mente. La incógnita perdurará, tal vez como aquellos relatos magníficos, tan reales como ficticios, con los que Tomás Eloy Martínez nos enseñó un camino diferente para contar historias, para hacer del oficio del periodismo un verdadero arte.

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